Carta a los perdidos: que como yo han sentido que no saben para dónde va su vida.
- Daniela María Vargas R.
- 4 dic 2017
- 4 Min. de lectura

¿Bendito o maldito? El momento en el que el mundo para ti se detiene, mientras ves que los demás siguen la vida a máxima velocidad y aunque tu intentes moverte y seguir con la vida normal, hay un peso que te detiene. Hay un algo que te obliga a quedarte ahí. Paralizado. Físicamente presente y mentalmente devastado porque por el contrario de tu cuerpo, tu mente va a mil por hora preguntándose millones de cosas que no tienes idea cómo responder. Esas dudas existenciales que desde el primer minuto te hacen sentir que estás perdido.
Me acuerdo muy bien que mi momento fue en un salón de clases, primera sesión del semestre para aquella materia, mis compañeros todos compartían con certeza los diferentes temas sobre los que iban a hacer su trabajo de grado ¿Y yo? Yo no tenía idea de nada, mí mente estuvo en blanco y dando vueltas hasta volverme loca. Esa clase fue eterna. No pude concentrarme.
Y aunque la primera pregunta fue: ¿De qué voy a hacer mi trabajo de grado? Terminé preguntándome si mejor debía irme a recorrer el mundo con una mochila, si algún día llegaría a ser una buena madre y si era lo suficientemente buena como para merecer tantas cosas maravillosas que tenía en mi vida. Preguntas que me hicieron recordar mis clases de filosofía en las que todo parecía muy sencillo siempre, pero mentiras que terminaba teniendo un trasfondo que necesitaba estudio y conocimiento previo, no empírico.
Entonces ese día luego de tener que pararme de esa silla, me fui a casa pensando que estaba perdida. Que no tenía idea de lo que quería y estaba desilusionada, decepcionada de mí misma. Cómo es que llevas 3 años y medio estudiando esta carrera y no tienes idea de qué quieres. Cómo es que tienes 21 años y no tienes metas claras en tu vida. Cómo es que no puedes decidir por ti misma lo que será mejor para ti. Eso sin contar que cuando me gradué del colegio tuve un año para ‘encontrar el camino’. Entonces ahora qué necesitas otro más.
Sí, esa era yo, confundida con aquellas preguntas existenciales que me invadieron de repente. Tirándome duro por lo que había hecho y dejado de hacer y sobre todo por no saber qué es lo que seguía en mi vida. Y ni les cuento, cómo se pone eso cuando empiezas a compartirlo con alguien más. Es peor. A veces pensaba: Sí, mi mamá tiene razón, ella me conoce mucho y obvio lo que dice es verdad. Y cinco minutos más tarde me estaba diciendo a mí misma: Cómo estás de mal Daniela, que no puedes decidir por ti misma lo que quieres para tu futuro y tienes que pedir el consejo de tu mamá (papá, amiga, amigo, novio, abuelita…). Y claro que está bien pedir consejos a veces, pero siempre correrás el riesgo de encontrarte con uno malo, cuando en realidad la respuesta siempre está en ti.
Pero como no todo es oscuridad, las cosas se fueron tornando grises o sea un poco mejores, cuando me di cuenta que: estar perdido no está mal. Sí querido estás perdido, y qué. No creas que el mundo se te va a venir encima por no saber el futuro, porque finalmente no eres adivino. Ni que la vida se te va acabar por no tomar la decisión correcta, la prueba de que estás vivo está en que te equivoques, en que sientas, en que tengas miles de emociones en un mismo segundo. Y es que si estás perdido significa que estás en el camino, no sabemos si el correcto o no, pero ya estás ahí y eso ya es ganancia. Lo demás lo irás descubriendo.
No todos nacimos con el futuro claro y con la sangre diciente que va secreteando con el corazón para que sepas qué es lo que debes hacer y qué es lo correcto. Está bien no saberlo todo sobre ti mismo. Está bien no conocerte lo suficiente. Está bien no saber qué vas a hacer con tu vida. Porque estar perdido es la perfecta oportunidad para encontrarte. Para redescubrirte. Para encontrar el norte en tu vida. Para conocer el mundo y tú lugar dentro de él. No todos tenemos que cumplir con el tropo tipo de los 11 años de colegio, luego 5 de universidad y salga al mundo real, o sea a trabajar. No todos nacimos para eso. Y hay muchos más puntos positivos, de los que te imaginas, en no ser como esa la mayoría.
Cuando te pierdes conoces otros caminos, que incluso sin ser el tuyo, te van a enseñar infinidades de cosas que no aprendes ni el colegio, ni en la universidad. Cuando te pierdes sales de tu zona de confort y descubres que tu confort no está solamente en lo que toda la vida creíste que estaba, si no en muchas cosas más que jamás habías probado. Porque cuando te pierdes, tienes que aprender a probar las diferentes opciones que se te van presentando y te ves casi obligado a hacerlo, porque si no pruebas ¿cómo vas a saber si es o no es lo que quieres o necesitas?
Perderme me abrió al mundo más de una vez y podría decir que sigo perdida, entre tantos sueños, entre tanta gente que me quiere, entre tantas cosas que me gustan y entre tanto que sé que puedo lograr. Sigo sin saber cómo me imagino en 1 año y mucho menos en 5. Y claro que estar confundido cuesta, estar perdido duele a veces; estar perdida me ha costado dejar a un lado personas, relaciones, comodidades. Pero esto es como todo en la vida, tienes que verle el lado bueno, tienes que encontrarle la luz, tienes que moverte porque nadie va a hacerlo por ti. Pero eso sí te prometo que nadie va a disfrutárselo más que tú.
Finalmente serán tantas las emociones que vas a sentirte más vivo. Vas a sentirte parte del mundo. Vas a sentir que nunca estuviste perdido. Que perteneciste a cada lugar en el que estuviste y que cada nueva experiencia es una pieza del rompecabezas que eres y algún día se completará.
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