Mis intentos fallidos de no quererte
- Daniela María Vargas R.
- 24 feb 2019
- 3 Min. de lectura
Me negué a quererlo por meses. Fuimos un secreto a voces, todos lo sabían aunque nosotros lo negáramos. Me negué por meses a besarlo antes de irme a trabajar en la madrugada, luego de tener que escapar de sus brazos que siempre pedían ‘5 minuticos más’. Me convencí que las noches en las que no dormía con él lo que extrañaba eran su colchón y su almohada, pero no él. Le negué que la ‘grosera’ con la que estaba (no)saliendo no era la verdadera yo. Me negué a ser espontánea y a darle cualquier tipo de caricia que pudiera ser confundida con sentimiento. Le dije una y mil veces que ‘no me iba a enredar la cabeza con él’. Me prometí huir cuando supe que el plan de no quererlo estaba en peligro. Y rompí quién sabe cuantas promesas, una tras otra; al final siempre terminaba en sus brazos ‘por última vez’.
Un día entre tragos me dijo que sentía que hace tiempo todo se había salido de las manos y casualmente esa noche nos cogimos de la mano por primera vez frente a sus amigos. Y yo entonces, decidí aceptarlo, que siempre te había querido; pero sobre todo desde esa noche en la que aceptaste que te importaba más de lo que creíamos. Para ese entonces por más que quisiera intentarlo, yo seguía aferrada a su pasado, a la idea de que iba a terminar con el corazón roto, por estar jugando con el jovencito que conocí cuando tenía 13 años y no era muy bueno en el amor. Entonces cada intento en mostrarle mi real ‘yo’, quedaba en las ganas y en el impulso de querer no tener miedo. Pero el miedo nunca me abandonó. Entre tanto él se cansó de verme siempre titubeando. Y luego de uno de esos tantos intentos fracasados, desapareció. Nos ganó el orgullo.
Hasta que una tarde mi celular timbró y una vez más la pantalla tenía su nombre. Habían pasado semanas y para entonces todo estaba demasiado complicado. Y él estaba ahí, sin saberlo, para complicarlo más. Un saludo cordial, una disculpa mutua y una noticia inesperada, acompañada de una reacción que lo único que quiso decir es que no estábamos listos para separarnos y que durante ese tiempo ambos siempre supimos que volveríamos al otro.
Una vez más estábamos donde empezamos. Pero esta vez había una fecha, una en la que partías. Y ni que fuéramos tontos, como para en ese entonces meterle todas las ganas y el sentimiento que antes no.Los expertos en romper promesas estaban juntos otra vez. Y mi corazón, no muy oportuno, por fin se decidió a desnudarse y el suyo, siempre tan transparente, estaba ahí para presenciarlo todo. Solo los dos niños que corrieron bajo la lluvia, cogidos de la mano por la ciudad de los vientos, en la madrugada de ese 3 de septiembre; pretendiendo tomarse una foto en el frijol, podrían haberse enamorado justo cuando todo era tan complicado. Solo nosotros…
¿Quién no sabe que uno no se enamora del ‘amor de verano’? ¿Quién se arriesga a apostarlo todo cuando sabe que no va ganando? Solo nosotros… Pero esa ha sido siempre nuestra esencia. Él siempre trajo consigo ese ‘picante’ que inducía a ver lo imposible, posible. Siempre fue lo justamente persuasivo para terminarme convenciendo de encontrarle gusto a lo prohibido. Y entonces cada vez sería una aventura y cada una de ellas se hacía inolvidable por algo diferente.
Y hoy aquí estamos (sin estar) rompiendo una vez más una promesa. Haciendo lo que no deberíamos. Pagándole la cuenta al pasado por habernos negado a vivirlo. Extrañándonos en silencio. Desafiando al destino, creyéndonos adivinos. Creyendo que sabemos qué es lo que va a pasar.
Allá estás, con tu precisión haciendo cálculos, con tu matemática cuadrándote el día. Allá estás viviendo para poder soñar. Sin ilusiones más que esas que estás seguro que vas a lograr.
Y aquí estoy yo, alimentándome de letras, de emociones, de sentimientos. Aquí estoy y sueño más de lo que vivo; te escribo cartas a ti y a desconocidos. Aquí estoy rodeada de tanta ilusión que apenas puedo respirar. Y quizá me ahogue en el intento. Quizá muera el sentimiento entre tanto que le falta por vivir; pero me queda la tranquilidad de que, aunque me demoré años en sentir una vez más mi corazón así, volvió a pasar por ti.
Y hasta hoy ha valido la pena volver a enamorarme, pues aunque tenerte fue más corto que un suspiro, la felicidad genuina que nos dimos vale todo el tiempo que en un principio perdimos.
Ojalá y pudiéramos encontrarnos en la mitad. Ojalá y la distancia no fuera una excusa, sino un motivo. Ojalá y pensarnos fuera suficiente para mover lo inmovible y creer en lo imposible.
Ojalá seamos.
Y sino, gracias por lo que fuimos.
Comments