A los que me han creído "creída"
- Daniela María Vargas R.
- 4 feb 2018
- 3 Min. de lectura

Nací con cara de antipática y desarrollé con ella un carisma especial para (no) hacer amigos fácilmente donde quiera que voy. Crecí escuchando el famoso cuento de “es que tu pareces muy creída” y siendo señalada como “la creída del salón”. En mi contra puedo aceptar que nunca he tenido sonrisa de oreja a oreja permanente. Ni me quedo callada cuando algo me molesta. Siempre he sido cordial pero no lambona (no aplica para profesores en la época del colegio, a ellos sí les lamboneaba).
Soy seria pero siempre caigo bien con los suegros y la familia del novio. No sirvo para fingir risas, entones si no me causa gracia pues no me rio; para completar mi sentido del humor es nulo. Tampoco sirvo para disimular cuando alguien no me simpatiza y cuando quiero mirar feo me sale perfecto; pero no miro feo porque sí, tiene que haber una razón, un antecedente, así que no entiendo el cuento de: “yo no te hablaba porque tú me mirabas feo” cuando yo ni siquiera sabía quién era usted.
Soy servicial y me encanta poder ayudar a los demás, incluso cuando no los conozco pero cuando termino, hasta ahí llegó todo para mí, no pregunto más de la cuenta, el “gracias” “con gusto” y chao. Porque no quiero parecer chismosa y tampoco que me chismoseen a mí, además cuando cojo confianza los dejo escuchando un monólogo de mi vida, que seguramente no les interesa.
Las conversaciones rompe hielo no son lo mío, siempre termino diciendo algo que molesta a la otra persona, porque me pongo de muy honesta o descriptiva cuando no debería y termino recibiendo un codazo de mi amiga, la que está al lado, advirtiéndome para que no la cague más. Cuando no tengo amiga al lado no me doy cuenta de qué fue lo que hice mal, hasta que cuento la historia y alguien más lo deduce sin ningún esfuerzo.
La verdad es que yo nunca había notado tanto todo esto como en los últimos meses en los que descubrí algo especial, además de todo lo anterior: tengo un radar repelente con las colombianas ¡Sí, es en serio! Dibujen mentalmente el cuadro de dos viejas encontrándose en el exterior y acabando de describir que las dos son de Colombia, sí, siempre es el típico “¡ay! ¿De dónde eres?” “Lo máximo dame tu numero” “tenemos que hacer algo” y toda la vaina. Ahora déjenme les dibujo esa escena pero cuando una de las viejas soy yo: “…”. No, no me equivoqué, es así. Silencio profundo, ni me hablan, ni me determinan, ni se acercan.
En mi contra tengo que aceptar que nunca voy a hacer yo la que comience una conversación. Entonces pues no las culpo del todo, pero todavía se me hace increíble que de los cientos de colombianas que me he encontrado en este año solo me hable con dos. Las demás son amigas de mis amigas y eso ya no cuenta.
Queridos, pero aquí viene el punto de esta carta, la confesión, el secreto, el misterio. Créanlo o no, parezca real o no, la verdad es que soy muy tímida. Me aterroriza conocer gente nueva y le huyo a ese proceso. No me siento cómoda en un ambiente donde no conozco a la mayoría de personas. Odio los silencios incómodos en una mesa y de los nervios no sé ni qué aportar a la conversación. Tengo una facilidad de ponerme roja por cualquier cosa que me dicen y mantener el estado hasta que sea lo suficientemente notorio por todos y seguramente ellos sientan lastima por mí o simplemente se pregunten por qué put*s me puse así.
Pero bueno, finalmente siempre hay excepciones en la regla y siempre hay alguien con quien supero la parte que odio, y termina conociendo lo que hay dentro del libro: mi versión descomplicada y hasta divertida. También hay quienes deciden no quedarse con la carátula y me contagian de buena energía desde un principio, esa buena actitud que es la clave para que yo haga de cuenta que lo conozco desde hace rato y me sienta en confianza para ser la versión “de los que me conocen”.
Posdata: Aunque suene muy solitaria e indiscutiblemente antipática, no soy ninguna de las dos. Tengo bonitas amistades construidas por años y amigos de amigos que me caen demasiado bien y que en cierto punto terminan siendo mis amigos. Y ni antipática, ni creída, démonos la oportunidad de conocernos y luego hablamos.
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