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Pertenecer

  • Daniela María Vargas R.
  • 3 jun 2018
  • 2 Min. de lectura

Siempre una búsqueda por pertenecer. Por hacer parte de algo, por identificarnos con ese lugar o ese tipo de personas.

Siempre una búsqueda por creer que donde estamos es el lugar perfecto. Que el momento es el indicado para hacer lo que sea que estemos haciendo.

Siempre creyendo que las palabras pertenecen al sentimiento, a la persona, al instante en el que son pronunciadas.

Siempre buscamos pertenecerle a la perfección de nuestros sueños. A la idealización de nuestro mundo. A todo aquello en lo que creemos es lo mejor para nosotros.

Buscamos pertenecerle a una persona para sentirnos amados y pertenecerle a un lugar para sentirnos plenos.

Porque la sensación de no pertenecer al lugar donde estamos, de no hacer parte del grupo de personas que nos rodean; la sensación de no pertenecer a este mundo, de no ser lo suficientemente corriente para que te vean ‘normal’ o lo suficientemente diferente para te tilden de ‘loco’, asusta. Pero es después del susto y el bajón que te das cuenta que le perteneces a los más pequeños lugares, los más cortos instantes, lo más genuinos sentimientos, que tienen en ellos la esencia de lo que eres. La esencia de la autenticidad de tu ser, que no pertenece a ninguna otra parte, lugar o persona, más que a ti.

Le pertenecemos a los momentos en los que, después de dudarlo, hacemos exactamente lo que nuestro corazón nos dice. A los que no le hacemos a la razón y le dejamos la corona de rey al corazón.

Pertenecemos a la versión ‘sin vergüenza’ de nosotros mismos, que se muestra con aquellos que se siente en confianza. También a nuestra risa más sincera, esa que no nos hace ver más lindos, pero sí más felices.

Le pertenecemos a los ojos lagrimosos por emoción y a las lágrimas que vienen del alma. A los llantos desgarrados en los que, al encoger los hombros y el cuerpo en desesperación y dolor, abrazamos el miedo en su máxima instancia.

Pertenecemos a los lugares donde los colores de nuestros sentimientos no combinan, pero lucen como los del arco iris.

Y a los segundos donde hablamos sin pensar y hacemos sonreír al que nos escucha. Porque le pertenecemos a esas palabras que no son solo sonido, pero también sinceridad hecha fonética.

Le pertenecemos a esa veces que nadamos en contra de la corriente, pero solo nos damos cuenta al final, cuando llegamos a la meta y miramos atrás. Porque el viaje es tan tranquilo, tan natural, tan genuino que no tendrás que hacer mucho esfuerzo, y no será difícil entender que estabas avanzando en la dirección correcta; aunque el mundo te hubiera hecho sentir que no perteneces al agua.

No creo pertenecer a este mundo. Dejé de querer hacerlo hace rato. Pero quiero por siempre pertenecerle a lo mejor de mí reflejado en él.


 
 
 

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